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Los gobiernos europeos frente a la crisis Para que nada cambie

Michel Husson

Politis/Viento Sur



“Cambiar todo para que nada cambie”, la famosa fórmula podría servir de divisa a los gobiernos europeos. Sus críticas del sistema financiero y sus fanfarronadas sobre la regulación dibujan una verdadera economía política del simulacro. Los hechos están ahí: la inyección de dinero público en los bancos no ha ido acompañada de ninguna medida de control; los planes de relanzamiento son calculados de forma limitada y no beneficiarán a quienes tendrían más necesidad de ellos; la puesta en cuestión de las “primas” de los directivos de las grandes empresas sigue siendo cosmética y dispensa de abordar la cuestión mucho más amplia del reparto de las rentas.

La intención es tratar la crisis al nivel mínimo esperando que las cosas puedan volver a marchar como antes de 2010. Pero esto sencillamente no es posible. La primera razón es que las medidas tomadas no bastarán para intervenir el sistema bancario y financiero. Para esperar hacerlo, habría que nacionalizar y revisar todo en profundidad, como reconoce The Economist que se ha unido a esta opción “desgraciadamente inevitable” /1. El modelo estadounidense basado en el sobreendeudamiento de las familias no puede manifiestamente volver a funcionar igual que antes y se ve con dificultades las soluciones de recambio disponibles, sin poner en cuestión de forma fundamental las desigualdades sociales. A nivel mundial, pesa la mayor incertidumbre sobre la trayectoria del dólar, sobre la amplitud y la financiación del déficit estadounidense y sobre la capacidad –y la voluntad- del resto del mundo de financiar el crecimiento estadounidense. En fin, Europa está “implosionando” como entidad económica /2.

A pesar de todo, los gobiernos preparan el golpe de después. Según las últimas previsiones de la OCDE /3, la zona euro debería terminar el año 2010 con una tasa de paro cercana al 12% y un déficit presupuestario medio del 7% del PIB. Para volver a la situación normal, será preciso primero retomar el curso interrumpido de las reformas del mercado de trabajo. La OCDE insiste sobre este punto: habrá que asegurarse de “que las medidas puestas en marcha para hacer frente a la crisis pero que pueden tener consecuencias perjudiciales a largo plazo sean retiradas de forma ordenada”. Habrá luego que reabsorber los déficits públicos haciendo recortes de nuevo en los presupuestos sociales, lo que da por ejemplo: “para ayudar a las personas en dificultades, ciertos países han extendido la duración y los niveles de la protección social. Si una tal acción es comprensible en las circunstancias actuales, esas medidas deberán ser reducidas cuando la actividad se recupere”.

Esta vuelta a la normalidad está fuera de alcance. Un cierto número de sectores van sin duda a recuperarse y los periodistas se han armado ya de lupas para discernir el menor temblor. Los planes de relanzamiento van a dar esperanzas pero la perspectiva general es sombría: no se volverá a las tasas de crecimiento de antes de la crisis y la tasa de paro se estabilizará a un nivel elevado. El capitalismo entra en un callejón sin salida, porque no puede restablecer el modelo neoliberal en todo su esplendor, y porque no quiere poner en pie una especie de neofordismo basado en una progresión más regular de la demanda interna y en un reparto menos desigual de las rentas.

Hay pues que prepararse para un largo período de indecisión y de enfrentamientos. Nada es más peligroso que una bestia salvaje herida. Hay pues que esperar una violencia social renovada por parte de las clases dominantes con el objetivo de defender sus privilegios sociales. Se apoyará si es necesario en posiciones reaccionarias de repliegue nacionalista. Del lado de las y los trabajadores, la defensa de las condiciones de existencia inmediatas puede permitir dar cuerpo a un proyecto de transformación social confrontado a tres enormes desafíos: establecer la correlación de fuerzas necesaria para controlar la actividad de los capitalistas; liberarse de la coacción de la mundialización sin hundirse en las ilusiones soberanistas; tener como objetivo prioritario el bienestar social y romper con la religión del crecimiento.

Politis nº 1049, abril 2009

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